Etiquetas

sábado, 1 de junio de 2013

Inventos

Lo mejor que hizo la vieja
es el pibe que maneja



–A la final, siempre me hacés sentir para la mierda vos –le dije.
Ella me volvió a mirar de arriba abajo con esa cara de asco que pone a veces cuando la carne está nervuda o cuando un pibe le quiere limpiar el parabrisas, y eso para mí fue como que ya está, fue la gota que rebalsó el tanque, porque lo mío ya no era un vaso, era un tanque cisterna que se había venido llenando desde que nos casamos, no te digo que yo no tenga lo mío, pero ella cambió, no es la Pamela con la que me puse de novio, no es la mina que salía a pasear al pekinés por el barrio, Boby se llamaba, o que iba a hacer los mandados con el carrito destartalado de la vieja
y que pasaba por donde estábamos con los muchachos ahí en la puerta de La Nilda y no nos daba ni bola, apretaba un poco ese culito parado que tenía y se apuraba para dar la vuelta a la esquina y que la dejemos de chiflar.
–No sé a qué te referís –me respondió la sinvergüenza, cuando era una piba todavía tenía vergüenza, ahora ya no le importa nada, o mejor dicho, no le importo yo, por eso me hace sentir para la mierda dándose aires y tratándome como si yo fuera el último orejón del tarro, bien que los años que le banqué la carrera en la privada manejando toda la noche sí que me quería, y me hacía los chorizos a la pumarola como a mí me gustan y no se hacía tanto la estrecha, ahora para fifar el domingo la tengo que empezar a laburar desde el lunes, y eso es lo peor, que ella a mí todavía me calienta como el primer día, pero parece que yo a ella ya no le muevo ni un pelo, bruto me dice, y sí, a veces se me va un poco la mano en el ajetreo y le doy lindo para que tenga, también con el afrecho que vengo, pero ella me lo dice porque yo no estudié, no pude, y aunque hubiera podido para qué, nunca me interesó nada, solamente ella me interesaba y que pudiera estudiar bien y no tuviera que preocuparse por la guita, así podía recibirse de inventora y ver si nos salvabamos para toda la cosecha, pero no, al final nunca inventó un carajo.
–¿De qué estoy hablando? ¿Encima te me vas a hacer la boluda? –le dije, y supe que me zafé ni bien lo dije, nunca antes le había dicho boluda, no así a la cara al menos, pero también yo siento que necesito llamarle la atención de alguna forma porque si no el único que se come todos los sapos soy yo, y la cosa no da para más, treinta años de morfarme las cosas como un gil, de hacer doble turno para no tener que verle la cara de cirulaxia que me anda poniendo todo el tiempo.
–Qué decís –me tartamudeó, se ve que el boluda le cayó como un baldazo helado, mirá si iba a esperar que yo me le plantara, ya se había dormido en los laureles, qué iba a pensar que yo me le iba a revelar en algún momento si ya pasé media vida haciéndome el pelotudo y callándome la boca como un duque, todas las noches la cena, la tele, y a dormir, la cena, la tele y a dormir, y ella que no se le puede hablar cuando está leyendo esos ladrillos que lee, y que no se la puede tocar cuando se pone la crema, y que ya no me puede ni alcanzar un café cuando se acaba de pintar las uñas, y que el fulbo no le gusta, y no le gusta Tinelli, ni Polémica en el bar, ni un carajo, así que terminamos viendo esos canales en inglés que me hace pagar aparte, que no entiendo un carajo de lo que dicen, con esas letritas chiquitas abajo que no llego a leer de lo rápido que van.
—¿Me lo vas a negar ahora? ¿Te vas a hacer la que no pasó nada? –le dije, y ella se dio cuenta de que yo sabía y  me puso los ojos como dos huevos fritos, esos ojos negros que en otra época me hacían temblar las medias, y ahora son como ojos de perro que muerde, no les veo nada del otro lado, para mí ya no queda nadie ahí adentro, porque ella ya no está más ahí conmigo, dónde está no sé, pero no está nunca ahí sentada conmigo en el sillón, estará en el colegio con el celador de turno o en otro mundo inventando algo que le sirva a alguien, porque en este mundo nunca hizo un carajo, y capaz que eso también la tiene medio mal, que ella pensó que iba a ser la que iba a inventar la cura para el cáncer, pero terminó enseñando física y química en la normal, que para mí es respetable, pero se ve que a ella eso no le alcanza, yo tampoco le alcanzo, ya no, antes sí le alcanzaba, veníamos los dos del mismo lado, íbamos para el mismo lado, pero se ve que ella ya no quiso hacer el mismo recorrido que yo, veníamos por Córdoba y yo agarré por Estado de Israel como el 99 y ella siguió por Córdoba como el 151 por decirlo de alguna forma, y está bien, son cosas que pasan, ella enfiló para la zona norte, y yo estaba contento con apuntar para Caballito, qué contento, para mí era un logro el tres ambientes mirando al Parque Centenario, lo que pasa es que ella no se acuerda de dónde salimos, porque los dos salimos del mismo lugar, ella le dice a todo el mundo que nació en la capital, pero es más bonaerense que la ruta 8.



5 comentarios:

  1. A veces olvidamos nuestras raíces, eso nunca es bueno, aunque es buena la ambición que impulsa la superación en la vida.

    ResponderEliminar
  2. Tus cuentos Dario siempre tienen ese no se que... mezcla de rabia, hinchada de huevos y hartazgo, me encantan! Abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Que es eso de "tu comentario sera visible tras la aprobacion"?? jajajajaja!!! Censuraaaaaaaaaaaa!!!

    ResponderEliminar
  4. Concuerdo con Claudio, este cuento está cargado de una fuerza o una vibración, que viene de la rabia que recorre toda la narración. Pero una rabia representada, llena de ironía también, con una distancia de autor interesante.

    ResponderEliminar
  5. la rabia es de nosotros, las vaquitas son ajenas


    ...!! (?!--..;)

    ResponderEliminar